Dicen que el Ego
existe.
Hay por allí
algunos inquietos observadores que andan por el mundo hablando de él.
O, más
precisamente, hablan de sus vicios. Porque parece que es un vicioso olímpico.
Y carga con
todos los anti-valores que supimos conseguirle para estar seguros que nunca,
pero nunca, nos
contagiaremos.
El solo verlo
nos pone en la vereda de enfrente, a buena distancia de caer
en sus tentadoras
ofertas. Pero el muy bicho Ego, con algunos años en el lomo,
ha desarrollado
sagacidad y audacia. Como Dios, cualquier Dios,
el que más te
guste o escuches, ha sabido tomar prestados ropajes y señales
para hacerse
amigable, común, casi uno más entre nosotros.
Un habitual
compañero de ruta.
Claro que el Ser
Humano, Hijo Supremo de una Perfección
que sólo se
rinde ante esa Creación,
puede darse cuenta cuándo está en presencia de un igual real
o de un farsante disfrazado.
Ha sido diseñado
teniendo en cuenta esa necesidad.
Las claves
requeridas están bien guardadas, en el interior más profundo,
en recónditas
cavernas a las que solo puede acceder el Sentimiento y activarlas,
hablando el
lenguaje Sincero con la Intuición,
a quien le fue encomendada la celosa guarda de las puertas
de esas cavernas ….
Como todo órgano
vivo,
el Sentimiento debe ser
bien alimentado
si se quiere que su respuesta
sea ágil, elástica y, en definitiva,
eficiente con nuestras necesidades.
Si no, ya lo
hemos visto suficientemente,
el Ego puede negociar
con la Intuición, conseguir
que
mire para otro lado,
y hacernos confundir recurrentemente.
Así, tantas
personas poderosas, responsables, inteligentes, honestas, solidarias,
enfáticas y
necesarias, parecen ególatras. Y no siempre lo son. O lo están siendo.
El Sentimiento,
sólo Él, puede activar las claves para entender, comprender,
todo lo Humano
en su Justa Dimensión. Todo lo demás es
anécdota.
Incluida la
pobre falacia del Ego buscando un lugar en el mundo. En este mundo.
El Nuestro.
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